jueves, 16 de octubre de 2014

Mi gran pasión kurda



Estambul, esa ciudad llena de contrastes. De olores, colores, historia y vida pero también de suciedad, edificios abandonados y niños durmiendo en la calle.

Estambul, la frontera entre Europa y Asia, modernidad y antigüedad, futuro y costumbres.

Es una ciudad que no te deja impasible y si bien en un principio no me ha embargado su embrujo, tras siete días recorriendo sobre todo el viejo Estambul,  sus calles estrechas, oscuras, adoquinadas..., me he rendido a la evidencia, es una de las ciudades más bonitas del ancho mundo, cita obligada para cualquier viajero que precie de conocer otros lugares, otras culturas. 

Esa Santa Sofía, con 1500 años de historia, inmensa en sus dimensiones, inmensa en su belleza. Esos minaretes de las mas de 3.500 mezquitas que perfilan el skykine de la antigua Constantinopla. Esos hamams decadentes, añejos, que con sus vapores y sus jabones hacen que pierdas la noción del tiempo, dejándote lavar por mujeres que te cantan en extrañas lenguas.

Cierto es que Estambul me ha ido cautivando poco a poco. Me ido acostumbrando a sus gentes, a todos esos chicos jóvenes y hombres que te abordan por la calle con una malentendida simpatía, arrolladora, muy trillada que resulta forzada y cansina. Que sí, que soy española, que más te da de dónde. Que no, que ni de lejos me parezco a Penélope Cruz y que por muy guapa que te parezca no me voy a sentar a cenar a las 6 de la tarde.

Ufff, que agobio, por Dios, por Alá o por quien sea... Sinceramente, no entiendo la pasión turca, o sí.... aunque mejor voy a llamarla mi pasión kurda.

Mira que hay millones de turcos en esa cosmopolita ciudad, pues en toda la semana no he visto ningún hombre que haya desatado el mas mínimo deseo hasta que, sentada en una terraza, apareció Norit. El camarero que nos atendía lo paró para que hablara con nosotras por su casi perfecto castellano. Su pícara sonrisa, sus ojos grandes color miel y sus hoyuelos que enmarcaban su bello rostro, me atraparon, no como la ciudad, sino inmediatamente. Entre su ir y venir, es agente turístico y relaciones publicas no se muy bien de qué ni de cuántos negocios, fue mostrando su simpatía natural y una madurez impropia de su edad, tal vez sobrevenida por una vida dura.

La atracción fue mutua y acabamos tomando cervezas y bailando en un restaurante del puente Galata a orillas del Cuerno de Oro y con vistas a la  magnífica Suleymaniye Camí (la mezquita más grande de todo Estambul). 


Nuestra relación se fue aproximando, me cogía la mano, se acercaba, me abrazaba por la cintura y yo.., embaucada ante la posibilidad de vivir una pasión turca y el rechazo por ese penetrante olor que he descubierto característico en Turquía. No quiero pecar de snob pero no se si es por la comida o por costumbres higiénicas diferentes pero la realidad es que su natural perfume me impedía dejarme llevar por el más que evidente tonteo, hasta que me besó. Posesivamente, con determinación y me abandoné en los brazos de aquel joven kurdo de nacionalidad turca deseoso de llevarme al huerto pero sin posibilidad de conseguirlo.

Pese a que sospechaba que iba a ser una ardua tarea la de llevarme a la cama, no dormía sola y el sentido común no me había abandonado para irme a casa de un desconocido a saber en qué barrio de una ciudad de 15 millones de habitantes, se ofreció a hacernos de Cicerone y mostrarnos otros lugares de la bella Estambul. Al día siguiente nos llevo a un haman, con mas de dos siglos de antigüedad, perdido entre las callejuelas traseras a la Mezquita Azul. 

Aun sin traspasar la frontera del sexo, protagonizamos una escena de alto contenido sensual en esos baños turcos donde el vapor emana del mármol a altas temperaturas. 

Estando juntos sobre una gran piedra caliente, tapados sólo por una de esas toallas ásperas, de tela que poco duran secas, me preguntó si quería un masaje y yo metida en mi papel de turista europea conquistada por un turco delicioso, sucumbí a la idea. Nos escondimos en una de esas habitaciones privadas y destinadas al enjabonamiento individual, separada solo por una ridícula cortinilla que a duras penas reservaba nuestra intimidad. Me tumbé boca abajo, sobre una camilla de piedra natural, fría como el témpano, y me despoje de mi toalla, escondiendo mis senos bajo mi cuerpo. Comenzó el baile de la seducción, masajeándome la espalda con jabón sedoso. Sus manos, jóvenes y expertas, recorrían arriba y abajo mi espina dorsal, perdiéndose, en varias ocasiones, por la zona prohibida. Acariciaba mis senos sin explayarse en el tocamiento pero buscando, bajo la opresión de mi cuerpo, mis pechos ocultos.


“Date la vuelta” y obedecí mostrándole esa parte de mi fisionomía, bastante admirada por el género masculino, que segundos antes había palpado. “Y ahora, ¿Qué?”, pensé… Me volvió a besar ahora sí aprentándome contra su cuerpo, pellizcando y acariciando con mayor determinación mis tetas, y bajando su mano hacia el lugar del no retorno. 

Yo no quería avanzar, tenía claro que no me iba acostar con él, por mucha razones, así que me incorporé, le abracé y dije “ahora me toca a mí”, y con ganas y determinación fui bañándole imitando los enérgicos movimientos que había experimentado en mi anterior visita al haman. Primero el pecho, pintado con espuma blanca sus pequeños y erectos pezones, después los brazos hasta abrazar sus ásperas manos, y finalmente, bajando por su ombligo hasta llegar a su pubis pero sin tocar, evitando llamar a la puerta de lo que, sin duda, nos llevaria a pasar de una escena sensual a una escena sexual.

Sabéis que no soy ninguna mojigata pero la razón me impedía dejarme llevar por mis instintos más básicos, no por falta de ganas, pero entre mis dudas y que en cualquier momento podíamos dejar de tener intimidad, enfríe a conciencia aquel caluroso Haman. 

Aún así y sin haber catado las mieles del sexo, difícilmente viviré un momento tan especial con un casi desconocido al que desde el principio me unió una fuerte y profunda atracción. 

Menos mal que está a más de 3.000 kilómetros… Menos mal que nuestras vidas giran en mundos distintos ya que, aunque nos hemos intercambiado teléfonos y email, y entre nosotros ha quedado clara la ausencia de relación sentimental, estoy segura de que se podría haber convertido, además con mucha facilidad, en mi obsesión kurda. Afortunadamente se ha quedado en mi pasión kurda, en una de esas historias que colecciono y que a buen segura guardaré como “oro en paño”.

Ya sé en que película estáis pensando “La pasión turca”, dirigida por Vicente Aranda en 1994 y protagonizada por Ana Belén. Yo, personalmente, me quedo con el libro de Antonio Gala pero siempre que dices que te vas a Estambul, se menciona. Nada tiene que ver con mi historia, aunque si me hubiera dejado llevar... nunca se sabe.

Os espero la semana que viene, aquí en Off the record

12 comentarios:

  1. Como me has recordado a una historia vivida en primera persona, hace ya algunos años, en la isla de Djierba. Había viajado a Túnez con un amigo, y, después de comer, él decidió que se iba a la habitación a descansar. Como era nuestro último día, decidí aprovechar el tiempo y me fui al hamman del hotel, que era espectacular. Pedí un servicio de masaje, y la cara descompuesta del director fue un poema, a la vez que se deshacía en mil disculpas, porque "las mujeres" estaban todas ocupadas, y no me podían atender hasta el día siguiente. Le dije que lo sentía, pero que esa era mi última noche en el hotel y en la isla, y que no estaría mañana. Nervioso, muy nervioso por no poder prestarme el servicio me pidió un momento, que iba a llamar a dirección para ver si lo podía arreglar. Cuando colgó, y empezando por disculparse, y por pedirme que no me ofendiera, me dijo que lo único que podían hacer era que me atendiera un hombre... Supongo que esperaba una negativa, pero cuando le conteste, ¡Perfecto!, los colores de su cara iban del rojo al violeta más intenso, y su expresión iba de la sonrisa a la estupefacción, con una mezcla de alivio por haber resuelto la papeleta. No me voy a extender en los detalles de la sesión, porque ya lo has hecho tú estupendamente y sería incapaz de mejorarlo, pero yo recuerdo y recordaré siempre no mi pasión turca, sino mi pasión por los hamman....Mi salida de la cabina, y las miradas de todo el personal del hamman son para otro capítulo, junto con la persecución a la que fui sometida durante la cena y las copas posteriores en los jardines del hotel por el voluntario que me ofrecía "masaje gratuito"...

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    1. Guau!!!!! Si es que los hamams tienen algo, verdad que sí? Siempre nos quedara el recuerdo.
      La proxima vez que te animes a contarnos tu experiencia, por favor, profundiza.
      Muchisimas gracias. Besos

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  2. Me encanta la historia!! Es simplemente GENIAL!
    New post!
    Yoymiarmario.blogspot.com
    Bessoss <3

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    1. Hola Andrea
      Gracias a ti por participar. Siento no haber podido responder antes pero es que he tardado en recuperarme del viaje y de tantas emociones ;-)
      besos

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  3. Dios me ha encantado (como siempre). Que realismo, que dinamismo.Genial.

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    1. Como siempre, GRACIAS. Da gusto escribir contando con un público tan fan... por favor, os necesito cada semana o con cada relato en el que "desnudo" mi alma.
      REQUETEMUAK

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  4. Como siempre una historia magnífica pero en esta, además, has conseguido que me hayan entrado unos deseos enormes por conocer Estambul y su hammanes... Tu relato es envolvente y encierra la magia que parece tener esa ciudad.

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    1. No conozco a nadie que Estambul le haya dejado impasible. Para mí si es mágica y estoy segura que aunque no hubiera vivido mi pasión kurda, también sería mágica.
      Te recomiendo que la visites y si es con un cicerone, mejor que mejor (no tiene porque ser autóctono), me ofrezco a enseñarte el Estambul que yo he conocido.
      Besos

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  5. Que peligro tienen los baños turcos!!! Historia genial y muy emocionante y excitante! Escribes como nadie amiga! Deseando ir a Estambul!!! Un besito enorme amiga

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    1. Muchas gracias con los halagos. Me gusta transmitir mis vivencias y cuando he tenido una experiencia de ese calibre en una ciudad espectacular como Estambul, no resulta del todo complicado.
      Me ofrezco, cómo no, a hacer de cicerone, aunque sea en la distancia, si alguna vez vas a Estambul.
      Un besazo

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  6. Estambul es de las ciudades más bonitas del mundo y a las mujeres os pone mucho. Debe haber varias razones: los hombres tienen un punto exótico de Sandokán que además cultivan con atrezzo como pintarse la raya del ojo por dentro y atribuirlo a una antigua tradición.
    Yo no se si será sugestión o atracción de verdad, pero siento envidia y celos.
    Pues si. Porque es una cultura opuesta a la mía, a la que vencimos con sufrimiento; cultura que financiaba las razzias, saqueos y secuestros en nuestra costa sobre las que hoy basamos las fiestas de moros y cristianos. Nuestros héroes históricos son criminales para ellos y viceversa: los más malos para nosotros son sus héroes. Es una cultura que hoy en día busca su hueco en la modernidad pero que niega libertades básicas a las mujeres.
    Y esto me recuerda a esos casos de chicas estupendas prendadas por los perfiles canallitas de tres al cuarto de su barrio.
    Atribuyo mucho mérito de esa atracción de las mujeres por Estambul a la conocida película La Pasión Turca.
    ¿Algún día serán capaces esos canallitas misóginos barbuditos que huelen a cebolla hacerle una estatua a Ana Belén por facilitar la predisposición de nuestras chicas?
    Vicent Ferrer M.

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    1. Te puedo asegurar que a mí, precisamente, por mi manera de ser y de pensar, me repele todo lo que transmite la historia de La Pasión Turca de Antonio Gala. Leí el libro antes de ver la película, y tanto en un caso como en otro, me daban ganas de abofetear al turco y a la española. Aunque por otro lado canallas hay en Europa, Asia y en todo el mundo
      Comparto contigo, y sin que sirva de precedente, el rechazo a la filosofía anacrónica que tienen de la vida y más del papel de la mujer aunque eso es más un tema religioso que de la sociedad turca. El problema es que cada vez la religión y el estado islámico tienen más poder en un país que, desde 1923 y gracias a Ataturk (los viajes además de para ligar sirven para culturizarse ;-)), se convirtió en laico. No sé hasta que punto realmente buscan ese hueco en la modernidad, más bien al contrario, persiguen el retroceso de la sociedad.
      Por otro lado, fisicamente los turcos no son guapos, o por lo menos a mí no me lo parecen (bueno, mi kurdo, sí, pero no es un turco típico), ni tan siquiera exóticos.
      Lo que sí me ha parecido exótico es haber tenido la oportunidad de vivir una historia cómo la que he vivido, sin buscarlo.
      Vicent, sigue participando, nos viene bien la opinión de un hombre para abrir el debate.
      Un beso muy fuerte

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